Si tiene oportunidad, piérdase por Praga (Yo me perdí contra mi voluntad)

En los cinco continentes laten ciudades en las que al turista agradaría "perderse", esto es, librarse del grupo y del guía en un determinado momento y dedicarse, en compañía de su pareja o sólo con un reducido número de amigos, a patear las avenidas o callejas, plazas o bulevares de la población que se trate.

Es decir, en ocasiones el turista siente la fuerte tentación de vivir una aventura en solitario y fuera del programa preestablecido. Ello tiene su encanto y no está exento de riesgos. Si la decisión no tiene vuelta de hoja, lo mejor es no alejarse demasiado del centro urbano, hacerse con un plano de la localidad, respetar las normas del lugar que se visita, abrir los ojos y asegurarse bien la documentación y objetos personales, sin perder de vista la cartera.

En estos casos, se debe comunicar las intenciones a los responsables del desplazamiento, para que sepan que una parte del grupo marcha por su cuenta unas horas y, en esta época de florecimiento y popularización de los teléfonos móviles, disponer de los números oportunos.

Cualquiera, en un viaje al exterior, hemos sucumbido a la tentación de darnos un garbeo sin tener que estar forzosamente circundados por medio centenar de coyunturales colegas o compañeros de ruta.

Lo que a mi mujer y a mí nos ocurrió en Praga nada tiene que ver con cuanto antecede, porque nos "perdimos" literalmente en el momento más inoportuno y contra nuestra voluntad, sin posibilidad de comunicar a nadie que estábamos en Praga, pero que no sabíamos exactamente dónde, ni por qué lugares andaban nuestros compañeros de viaje. Pasamos veintitantos minutos solos, sin saber a dónde ni a quién dirigirnos, porque incluso intenté exponer nuestra situación a dos parejas de policías que, ni siquiera hablándoles en inglés, nos prestaron la menor atención.

Misas en español

Nuestras desventuras comenzaron cuando el grupo finalizó la visita a la basílica del Niño Jesús de Praga, en donde por cierto pudimos leer el único rótulo en castellano que encontramos en la parte visitada de Chequia. Rezaba "se celebran misas en español".

A la puerta del templo había un tenderete de souvenirs del Niño Jesús y algunos compañeros de ruta me pidieron que les ayudara a comprar algo, haciendo de intérprete con el vendedor. Cuando todos habían adquirido sus estampas y pequeñas imágenes, nos llegó el turno a nosotros, porque mi esposa también quería llevar algún recuerdo para familiares y amigos.

Terminada la operación, comenzó nuestro vía crucis: no vimos a nadie del grupo; todos habían desaparecido, sin que ni siqiera nos percatasemos de la dirección que habían tomado.Los minutos pasaban, no divisábamos a nigún conocido y nuestra situación devenía angustiosa.
Lo más sencillo hubiera sido tomar un taxi y darle el nombre del hotel en el que nos alojábamos; pero ya habíamos ababdonado las habitaciones y nuestras maletas se habían depositado en el autocar que, después de la comida, iba a trasladarnos a Budapest.

Nadie nos había dicho en que restaurante de Praga tendría lugar el almuerzo de medio dia. Suponíamos, para consolarnos, que nos echarían de menos y que alguien vendria a buscarnos, puesto que no nos habiamos movido de la puerta de la iglesia y aledaños. Los agentes de polícia, ya lo he dicho, ni siquiera se detenían ni un minuto cuando trataba de exponerle el imprevisto y desagradable suceso.

Sólo cabía esperar y confiar que, al tomar el autobús que les trasladaría a la capital húngara, se diera cuenta de nuestra ausencia, o que apareciera el "deus ex machina". Apareció

Más españoles

Pasó, de pronto, por delante de nosotros un grupo de españoles, que nada tenían que ver con nuestra expedición. La guia, atenta y solícita, se detuvo porque me vio, colgada del hombro, una bolsa con la marca de una agencia de viajes.

Al saludarnos y ver que nos encontrábamos entre compatriotas, empezamos a respirar; les expusimos nuestro problema y, aunque nada podía hacer para solucionárnoslo, al menos nos orientó hacia donde estaba el centro urbano.

Recordé de pronto que nuestro grupo tenía que estar , sobre medio día, ante el carrillón del Ayuntamiento de la ciudad vieja. Se trata de un precioso reloj monumental que, en 1410, construyó el maestro Nicolás de Kadan. Nos dijo la guia providencial hacia dónde teníamos que dirigirnos para reunirnos con los nuestros. Empezaba a asomar un rayo de esperanza.

Aquella mañana había comprado yo una guía de Praga, en la que figuraba naturalmente el reloj, que cuenta con figuras de los doce apóstoles y del Maestro, que aparecen al público a las horas en punto.

Cuando mi mujer y yo no acertábamos hacia dónde dirigirnos, enseñaba la página donde viene el carrillón a los viandantes para que nos orientaran, como así hacían. Nos acercábamos al ansiado desenlace feliz. Súbitamente escuché que dos muchachos, sin duda argentinos, hablaban entre sí. Ya tenía con quién comunicarme. Ellos nos dieron la pista final y definitiva. Cruzamos el puente de Carlos, con treinta y tantas estatuas contemplando nuestra zozobra, hasta que llegamos al Ayuntamiento de la ciudad vieja. Nos fundimos con el grupo de turistas al que pertenecíamos, sin que nadie todavía se hubiera percatado de nuestra ausencia.


Carrillón en "Staromesta"(Ciudad Vieja)



Este artículo fué publicado en la revista "Top Turisme" Enero/Febrero 2004




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